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Buente, Lidia

Buente, Lidia

Buenos Aires, 1945

Lidia Buente ha indagado con excepcional lucidez sobre este complejo sendero que permite que unas manchas que se mueven libremente en un espacio no referencial puedan plantear diversas traducciones iconográficas.
La tensión entre ausencia y presencia de lo real se resuelve a través de un gesto plástico donde el dibujo, cuando aparece, ya no sirve como demarcación física de una forma determinada.
Pero para llegar a activar tal diversidad de pensamientos y sentimientos introspectivos es necesario generar también una sólida reflexión estética. 
En su obra última, Lidia Buente propicia una relación efectiva entre la mirada y la pintura, un asomarse al fondo de la elocuencia de la luz, de la ebriedad del color, un encuentro con el camino telúrico de esa materia que modula la alianza de los contrapuntos que resuenan en nuestra retina.

Lidia Buente ha indagado con excepcional lucidez sobre este complejo sendero que permite que unas manchas que se mueven libremente en un espacio no referencial puedan plantear diversas traducciones iconográficas.
La tensión entre ausencia y presencia de lo real se resuelve a través de un gesto plástico donde el dibujo, cuando aparece, ya no sirve como demarcación física de una forma determinada.
Pero para llegar a activar tal diversidad de pensamientos y sentimientos introspectivos es necesario generar también una sólida reflexión estética. 
En su obra última, Lidia Buente propicia una relación efectiva entre la mirada y la pintura, un asomarse al fondo de la elocuencia de la luz, de la ebriedad del color, un encuentro con el camino telúrico de esa materia que modula la alianza de los contrapuntos que resuenan en nuestra retina.

 CARLOS DELGADO MAYORDOMO


Lidia Buente expresa su visión particular de la vida a través de la mancha y el color, con una fuerte carga de grafismos.   Pintura gestual donde luces y sombras alternan a veces con imágenes fotográficas creando un contrapunto  que acompaña  la lectura de la obra.
Diálogo íntimo donde se mezcla el mundo interior y el exterior en un complicado tejido no desprovisto de cierta magia,  donde convergen los recuerdos, la realidad y la ficción.
Doble proceso, personal y a la vez de comunicación, donde el juego de formas y  colores a través de la mancha, la luz y el gesto, las presencias y las ausencias, permite compartir espíritu y belleza con el interlocutor anónimo.

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